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Elecciones en Colombia: entre el deseo y la frustración

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Por Felipe Polanía*

Después de leer y escuchar varias opiniones y reacciones acerca del artículo “Bombas de humo en la izquierda colombiana”, quiero precisar algunos planteamientos antes de la primera ronda electoral del próximo domingo 27 de mayo.

Es cierto que después de más de 20 años en el exilio mi conocimiento de la situación actual en Colombia no esté atravesado por una praxis política en el país mismo en medio de las comunidades. Mi análisis se basa en los discursos de Gustavo Petro, en las entrevistas y los debates que se puedan ver en Internet y en algunos artículos de prensa. En ese sentido, es cierto que no tengo una perspectiva desde las movilizaciones que han acompañado la gira presidencial de Petro.

Algunas de los comentarios al artículo plantean que el análisis es incompleto, que no he revisado los textos a profundidad y solo he señalado algunos comentarios editorializados. Otras personas afirman que el discurso de Petro es popular y que lo que se escucha en los medios solo es un discurso electoral y mediático. Es cierto, desconozco el grado de imbricación de los movimientos sociales en la campaña de Petro. Es más, partiendo de comentarios de amigos y de las mismas reacciones al artículo anterior sospecho que muchos sectores políticos ven en la candidatura de Petro una posibilidad para el campo popular. Incluso hay quienes retomando la ya conocida forma mesiánica argumentan que tenemos derecho a la esperanza y a vivir esa esperanza. La primera conclusión: al parecer hay un movimiento popular que se está alzando en torno a las movilizaciones y el trabajo de campaña para Petro.

Una segunda conclusión que rastreo es mucho más subjetiva; tiene que ver con el estado de ánimo que leo en este debate y algo de los medios. Me da la sensación que Colombia es una náufraga que busca aferrarse a algo que flote. Después de más de un siglo de guerra cualquier sociedad comienza a agotar su capacidad de autoinventarse. No hablo de la realidad en las regiones y en las comunidades, sino del imaginario de la supuesta nación. La gente está harta de la represión, de la corrupción, de la desvergüenza, de la injusticia. Sin embargo, el hartazgo se queda encerrado en las ficciones de la nación, desde la democracia hasta los discursos de la colombianidad.

En el tráfico mediático de las redes sociales encuentro a menudo alusiones al sino trágico del magnicidio. Se tiende a meter en un mismo costal las muertes del general Rafael Uribe, Jorge Eliécer Gaitán, Jaime Pardo Leal, Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo, Carlos Pizarro e incluso Alvaro Gómez Hurtado. El mismo Petro hacía ilusión en su cierre de campaña al asesinato a hachazos contra el general Rafael Uribe. La composición de este martirologio se puede discutir, sin embargo, lo que quiero resaltar es la forma que toma el deseo de transformación y cambio. El decálogo de mártires pareciera anunciar el final trágico, como en el caso de Santiago Nasar. Las últimas denuncias sobre la posibilidad del fraude que se vienen realizando desde la campaña de Petro parecieran confirmar ese sino fatídico. Quién no sabe que el fraude electoral es inherente a la democracia en Colombia. Solo basta recordar a Gaitán cuando decía que el pueblo votaba hasta las cuatro de la tarde y que después votaba la Registraduría.

Estanislao Zuleta escribía en su Elogio a la Dificultad: “Puede decirse que nuestro problema no consiste sola ni principalmente en que no seamos capaces de conquistar lo que nos proponemos, sino en aquello que nos proponemos; que nuestra desgracia no está tanto en la frustración de nuestros deseos, como en la forma misma de desear. Deseamos mal”. La campaña de Petro, en tanto aspiración institucional es a mi parecer, la forma de desear mal. El deseo mismo de cambiar la situación de desesperanza, el reino del engaño y de la injusticia, sale a las movilizaciones de la campaña, llena plazas, inunda las estadísticas y las redes sociales. Sin embargo, pareciera que ese deseo estuviera condenado a la frustración. Apostar por la vía electoral pareciera ser apostar por la frustración. El Estado es la frustración.

Petro ha llamado a la movilización popular para defender el pase a la segunda vuelta. En mi opinión si Petro llegara a la segunda vuelta se podría generar una tensión social y política que en un momento haría la situación incontrolable para la oligarquía. Despachar a Petro en la primera vuelta ahorraría una situación incómoda para las élites que controlan el país. El fraude puede legitimarse mejor en la primera vuelta. Lo que algunas personas desde Colombia me decían hace unas semanas como pronóstico atrevido, parece ser ahora vox populi: contra todos los pronósticos Vargas Lleras puede pasar a la segunda vuelta con el puntero de la narcopolítica Iván Duque.

El estilo y carácter de Petro son materia de debate público. Yo particularmente sigo viendo una personalidad megalómana, arrogante y narcisista, sin embargo, creo que la personalidad de Petro no es tanto el problema, como sí la vocación caudillista de mucha gente en Colombia. Por mi parte prefiero dejar el tema como excusa para leer “El miedo a la libertad”, de Erich Fromm. Sin embargo, de tantas cosas que dice Petro, el llamado a salir a las calles para denunciar el fraude electoral, por muy acertado pareciera ser un grito de ahogado. La gran expectativa de estas elecciones radica en que, de salir Vargas Lleras a la segunda vuelta, se confirmará que el sistema electoral esta corrupto. El problema es que muchas personas piensan que será así y el ahogado está ahí, en saber que la corrupción ganará. ¿Piensa entonces Petro convocar a una acción de desobediencia civil? De ser así podríamos estar frente a un desafío en la lucha política colombiana, pues en caso de que Petro deje de ser candidato al no pasar a la segunda vuelta, podría hacerse el dirigente de un movimiento, como diría él mismo, ciudadano, que exija en las plazas un cambio político.

La pregunta que de esto me surge es, ¿qué tanto puede aguantar Petro la presión? Un movimiento ciudadano como el que se puede desatar con los ánimos de la campaña será represaliado y por parte del país mediático y las élites permanentemente deslegitimado. Una cosa es una campaña electoral y otra cosa es ponerse al frente de un movimiento de desobediencia. Será entonces necesario establecer compromisos claros en un movimiento de ese tipo, y la voz cantante tendrá que ser colectiva y consensuada, ojalá menos primera persona del singular en los discursos de Petro.

Pero si el resultado de las elecciones del 27 no fuera arreglado por la corrupción, entonces se confirmaría la tendencia en las estadísticas y Petro pasaría a la segunda vuelta. En ese caso sería necesario que el movimiento social y ciudadano que respalda a Petro se estableciera como interlocutor directo de la campaña y hablara de sus deseos y de la forma de realizar esos deseos. Que el diálogo con los movimientos sociales y ciudadanos se haga más visible como parte actuante y que la campaña sea menos personalizada.

En uno o en otro caso pienso que, de ser como varias personas de Colombia me han dicho, y alrededor de la campaña de Petro se viene aglutinando el movimiento popular y de izquierda, entonces Petro tendrá que ceder parte del protagonismo a estos movimientos. Mientras tanto esperemos que el domingo en la noche Petro llame a la desobediencia civil y las plazas de las ciudades se llenen de campamentos ciudadanos. Amanecerá y veremos dijo el ciego.

*Felipe Polanía es educador artístico y exiliado colombiano en Suiza desde hace dos décadas.

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